
Cuento Parte 1. El Zángano Clín
Un frío día de enero, en la colmena del Sr. Martínez nació un enjambre de zánganos. En particular destacaba uno llamado Clin. Se dedicaba a vagar que era lo suyo. Disfrutaba y vivía despreocupado volando de colmena en colmena, era feliz. Fue creciendo y un día lo llamó la Reina de su colmena y le dijo que ya se le había terminado la vida de zángano, que ya tocaba ponerse a trabajar para la comunidad y lo nombraron soldado. Cumplió fielmente su cometido como soldado y de vez en cuando seguía saliendo con los zánganos de su enjambre. A lo largo del tiempo pasaron muchas experiencias, muchas vivencias y la reina lo volvió a llamar y le dijo:
< he visto que durante todos estos años has sido un buen soldado, has cumplido con todos tus cometidos; tengo una recompensa para ti pues veo que has madurado>, <Ya no vas a ser zángano, a partir de ahora serás obrero>; ya que no hay otro mejor estatus dentro de la colmena que ser un privilegiado obrero. < ¿Te parece bien la idea?
– Si mi reina>.
Ya de adulto comenzó a hacer sus labores de obrero, trabajo que comenzó a desempeñar con empeño. A Clín, reconocido por la reina, amigos y compañeros le iba muy bien.
Ahora que tenía una estabilidad Clín sentía la necesidad de escribir, de compartir sus poemas, sus relatos y sus sueños en forma de cuentos. Él se había procurado todo lo necesario para sentirse bien. Una colmena acogedora, su jardín de flores tiernas y frescas y muchos amigos, que era lo que más le llenaban junto a su comunidad.
A Clín le encantaba posarse junto a la casa de la colina, el notaba algo, sentía una atracción por aquella casa y tenía en su cabeza planes para entrar. . .
Parte 2. El Zángano Clín.
Clín un día iba de flor en flor en busca de néctar. Despreocupado, se alejó de su colmena y casi desorientado llegó a la gran casa abandonada en la colina del pueblo. Se posó sobre el marco de una ventana para divisar un prado de flores frescas. De pronto, un gran resplandor salía de dentro de la casa y Clin quedó obnubilado. No pudo resistir y por una rendija de la ventana se introdujo en el interior de la casa. De pronto volaba por un gran salón y el resplandor salía de un gran espejo que presidía esta habitación. Se posó en el fino cristal de la lámpara frente al espejo quedando atrapado por la magia de la luz que éste reflejaba. Quedó escuchando una canción al otro lado que decía: “vendrá por la orilla tarareando nuestra canción y en ese momento os encontraré a todos. Las pequeñas y peludas se enroscarán en mis manos como adornos de alegría. Apostó a pesar de todo. Siento ya mi Amor. Cantaré, cantaré”. Al escuchar los cánticos no dudó un instante y atravesó el espejo. . .
. . . . Aturdido abrió los ojos, quedó ensimismado y se agarró fuerte fuerte pues iba volando sobre un avión de papel. El avión se introdujo por una ventana y aterrizó sobre un escritorio que había en una habitación blanca. Había un tintero sin pluma junto a un folio de papel din A4. Se bajó del avión, echó un vistazo a su alrededor y vio que todo estaba en calma.
Clin aún no daba crédito de lo que le estaba ocurriendo. Cuando miró bien en el folio había un poema que decía:
En un estado de frenesí,
con mis dedos empiezo a escribir
mis sentimientos más profundos
mi capacidad de amar,
lo que he amado y no he dicho,. . .
Parecía un poema incompleto, un poema por escribir. Clín que tanto le gustaba escribir, leyó y leyó y comenzó a recordar la letra de la canción tras el espejo y comenzó a escribir:
En un estado de frenesí,
Vendrá por la orilla tarareando nuestra canción
Con mis dedos comienzo a escribir
Y en ese momento os encontraré a todos.
Siento ya mi amor
Mis sentimientos más profundos
Cantaré cantaré,
Mi capacidad de amar, lo que he amado
Y todo lo que no he dicho. . .
De pronto, escuchó un ruido, alguien se acercaba y a toda prisa se montó en el avión, se dejó caer en aterrizaje forzoso por la misma ventana de entrada. El avión entró en picado por una rendija de una alcantarilla, al fondo había un espejo sobre el que se estrelló. Clin confuso por el golpe levantó la mirada y veía un salón grande, con lámparas de cristal y a su lado un gran espejo. Miró hacia la calle por la rendija de una ventana y vio que estaba anocheciendo; se incorporó y salió volando hacia su colmena. Con una discreta alegría iba cantando:
“vendrá por la orilla tarareando,
en un estado de frenesí una morena bailando,
Yoana creo que se llama y de sentimientos profundos escribe,
cuando el tintero se le derrama”. . . la la la la
Tomás Meligrana 08/2013