Relato. El Árbol

Salieron del restaurante italiano en grupo, mayores y niños dispuestos a disfrutar de una agradable sobremesa. Los rayos de sol veraniego templaban una fresca tarde, aunque a la solana se estaba muy confortable.

La plaza se encontraba muy concurrida de gente de todo tipo, niños y niñas jugando, grupos de jóvenes tocando la guitarra, mayores paseando y conversando.

Su grupo ocupó un espacio junto a los columpios para que las niñas pudiesen jugar y las madres sin perderlas de vista, sentadas en un banco se daban a la charla con cierta despreocupación, ya que los chicos estaban también muy cerca. Fernando, su hijo Fernandillo, Edu y yo jugábamos con un balón de reglamento. Hicimos un triangulo y el que fallaba el pase y control del esférico pasaba al centro y así jugamos un buen rato hasta romper a sudar.

– Pasa pasa, Edu

– Toma ahí va Paco

– ¡Paco!, que no valen más de tres toques (decía Fernando).

– Ya ya, pero la pelota ha revotado en el árbol. ¡Uf hace calor!.

– (Sofía no le quitaba la vista a Paco), pero quítate algo de ropa.

– (Paco), eso voy a hacer, estoy sudando.

Al acercarse para dejar la rebeca junto a Sofía la miró con gran complicidad y ella le devolvió la mirada, sin que Pilar pudiese darse cuanta de nada. Ellas charlaban de sus cosas.

Los niños y los mayores hacían sus pinitos con el balón, mientras las niñas saltaban de columpio en columpio. Jugar al fútbol era volver a la adolescencia para algunos, y como estaba la chica que le gustaba, Paco hacía alguna virguería con el balón para sorprenderla. Más bien hacía el ridículo, no salió nada. De todas formas ella no le quita ojo. –Que vergüenza, estará pensando que soy un torpe-. ¡De pronto, toma, una chulada!, –pensará que ha sido un churro-.

Así entre cábala y cábala Paco se dejaba la piel en el improvisado campo de futbito, la camisa toda por fuera y algo desastrado disfrutaba con sus amigos.

Pasa la tarde, ha transcurrido muy entretenida pero la familia de Fernando decide que se tiene que marchar. Eduardo el hijo de Sofía se marcha con ellos, es muy amigo de Fernandillo.

A esa hora, es media tarde, el sol sigue templando, si bien en zonas de sombra comienza a hacer fresco.

– ¡Paula, Paulaaaa, Cristinaaaa veniros aquí que hace sol!. -Sofía llamaba a las niñas-

– ¡Venga Cristina dejad ya los columpios que hace frío, aquí podéis jugar!. ¡Mirar que árbol, le da el sol!.

– Si tito Paco, vamos a jugar en el árbol. ¡Paula vamos a subirnos!.

Sofía y Paco se sentaron junto al árbol. Era un árbol distinto a los demás, había perdido la verticalidad para recostarse sobre el banco como si los años le obligaran a reposar sobre aquel asiento. Se deja caer hacia un lado y desde el banquito que ocupaban las niñas accedían muy fácil al tronco y las ramas.

Sofía y Paco despreocupados de las niñas se susurran palabras tiernas, se miran y se cogen de la mano, un alo de magia recorre sus cuerpos. Se decían palabras muy agradables, conversaban como dos adolescentes en su primer escarceo con el amor. Por instantes las niñas interrumpen ese estado de plenitud.

– Paula- ¡Mama mama mira como me subo al árbol!

– Cristina- ¡Este árbol es perfecto para soñar!

– Paula- Si, volamos como mariposas por las ramas

– Cristina- Vivimos en nuestros nidos como pajaritos. Y estamos con nuestros huevos, porque ahora lo que más me gusta es volar……..¡Tito mira estamos volando entre las ramas!.

Ellos, la madre y el tito, sin ser pájaros también estaban volando en sus sueños, esos que se transmiten a través de las miradas, de la sonrisa, del brillo de los ojos. Embrujados por una tarde maravillosa disfrutaban junto a un árbol cargado de magia y encantamiento.

Tomás Meligrana 25/07/05